En forma, pues, de cándida rosa se mostraba la milicia santa, que en su sangre Cristo la hizo esposa; mas la otra, que volando ve y canta la gloria de aquel que la enamora y la bondad que la hizo tanta, como la escuadra de abejas a las flores llega y una y otra vez retorna a donde su labor gana en sabores, descendía en la gran flor que se adorna de hojas tantas, y de allí de nuevo salía hacia donde su amor siempre se aloja. Entero sus rostros eran de llama viva, y las alas de oro, y el resto tan blanco, que ninguna nieve hasta ese blanco arriba. Descendiendo por la flor, de banco en banco trasmitían la paz y el ardor que adquirían ventilando el flanco. Situados entre lo alto y la flor de tanta multitud volante no impedían la visión y el esplendor; pues la luz divina irrumpe según las dignidades en todo el universo, de modo que obstarle nada puede. De este seguro y gozoso reino, frecuentado de gente antigua y nueva, el ojo y el amor apuntan en un solo blanco. ¡Oh trina luz que co...
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