La Belleza, según Platón.


                                     Pintura: La escuela de Platón (1898), de Jean Delville


Conviene que el que quiera proceder con acierto en este camino, comience desde que es joven por despertar a los cuerpos bellos y en primer lugar a un solo cuerpo y siembre así bellas máximas. Luego debe comprender enseguida que la belleza que hay en un cuerpo cualquiera es hermana de la que hay en otro, y que si ha de ir en persecución de la belleza en su idea misma, será mucha necedad no considerar como una sola y una misma belleza la que existe entre los cuerpos. Cuando se haya penetrado de este pensamiento se constituirá en amante de todos los cuerpos bellos y cederá en la vehemencia de su amor a uno sólo, despreciando y teniendo en poco este amor exclusivo.
Después de esto deberá refutar la belleza del alma, más estimable que la del cuerpo, de modo que si encuentra un alma convenientemente dispuesta, aunque su cuerpo no sea de gran hermosura, será el devoto constante de ella y dará nacimiento a pensamientos que enseñarán y fortificarán el carácter, a fin de que, precisado a contemplar la belleza en las acciones y en las leyes, conozca que toda belleza es congénere consigo misma, para que estime como muy poca cosa la belleza del cuerpo.
De la contemplación de las acciones se elevará a la de las ciencias, a fin de que vea también la belleza de las ciencias y dirigiendo su mirada a una más amplia belleza no se esclavice, limitándose a la belleza de una sola como el amante servil que ama la belleza de una joven o de un hombre, o de una sola acción, ni se haga un vil y mezquino amante, sino que volviéndose a contemplar el inmenso piélago de belleza, produzca renovados, bellos y magníficos pensamientos y discursos en una abundante y rica filosofía, hasta que su espíritu, robusteciéndose y creciendo en ella, llegue a contemplar una sola ciencia, que es la ciencia de la belleza.
Procura ahora, Sócrates, prestarme la mayor atención posible. El que contemplando por su orden y como es debido los objetos bellos, haya sido conducido aquí en los misterios del amor, llegando ya entonces al último grado de la iniciación, de pronto verá presentarse a su vista una Belleza de naturaleza admirabilísima; ésta es, Sócrates, aquélla por la que han sido todas nuestras precedentes fatigas: Belleza eterna, increada, imperecedera, que ni nace ni perece, ni crece ni decrece; Belleza que no es en parte bella y en parte fea; ni bella en un tiempo y fea en otro; ni bella con relación a una cosa y fea con relación a otra; ni bella aquí y allí fea; ni bella para unos y fea para otros. Ni se le presentará la belleza como una cara, ni como manos, ni como cualquier forma corpórea; tampoco como pensamiento cualquiera, ni como una ciencia determinada, ni residiendo en otra cosa que ella misma, en un animal, en la tierra, en el cielo, ni en otra parte cualquiera, sino que subsiste ella en sí misma, eternamente idéntica consigo; Belleza de la que participan todos las demás Bellezas, de una manera tal, que ya nazcan o perezcan todas ellas, no por eso la belleza es, en sí, mayor o menor, ni sufre variación alguna.
Texto: El Banquete, de Platón

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